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Los mecanismos que explican más profundamente por que nuestra sociedad genera excluidos son de índole antropológica, y entre ellos destacan los referidos a nuestro modo de concebir la actividad humana (lo que hacemos), a la manera de vincularnos entre nosotros (con quien vivimos) y a nuestra identidad (quienes somos). Esta antropología dominante tiene dos efectos muy graves y entrelazados. Por un lado, deshumaniza a las personas consideradas oficialmente como "integradas": por otro, condena a una serie de personas a la exclusión más radical, haciéndolas superfluas para el sistema.